Ya eran las doce de la noche y no podía dormir, me levanté de la cama con mucho cuidado intentando no despertar a mi hermano el cuál dormía como un bebe, aunque a sus siete años en realidad aún podía ser considerado uno. No fue necesario vestirme , ya que dormí con la ropa puesta.
Salí de la habitación en completo silencio, pasé por el salón, mis tíos dormían profundamente. Dejé el apartamento y subí por las escaleras que daban a la azotea, de pronto entré a una inmensa oscuridad hasta que la luz de la luna me bañó por completo. Contemple el cielo con sus inmensos nubarrones purpúreos y brillantes, las estrellas tililaban como tímidos diamantes en su mar negro. Me senté en medio del frío y duro suelo de la azotea , todo olía a piedra mojada. Me relaje mirando las luces de la ciudad hasta que cerré los ojos y me permití no pensar en nada. Al poco rato una gota helada resbaló por mi mejilla y otra por mi hombro, había empezado a llover. Las lágrimas transparentes caían sutiles y silenciosas y se rompían en diminutos charcos al entrar en contacto con mi piel. Me sentía tan libre como las gotas de lluvia, pero al igual que su vida ese sentimiento también fue efímero, cuando el cielo cesó en su llanto se llevo mi libertad, ahora miraba el negro horizonte como si fuese mi vida escapándose ante mis ojos, vi a mi madre y a mi padre y entonces comprendí que nunca mas los volvería a ver, que se habían marchado para siempre. Cesó de llover y todo volvió a la normalidad, incluidos los recuerdos que intentaba mantener lejos.
Las horas pasaron como un suspiro, solo supe el tiempo que llevaba sentada en la azotea cuando comencé a ver los tímidos rayos del sol atravesando las nubes, de pronto vi esa enorme esfera emergiendo desde las profundidades del cielo, una preciosa esfera anaranjada y brillante que ahora se cernía sobre la ciudad, su cálida luz bañó mi rostro, fue la primera vez que vi salir el sol
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